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What Were You Doing in My Dream Last Night?
El sueño de Coleridge

El sueño de Coleridge

Written in Spanish by Jorge Luis Borges

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El fragmento lírico Kubla Khan (cinquenta y tantos versos rimados e irregulares, de prosodia exquisita) fue soñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, en uno de los días del verano de 1797. Coleridge escribe que se había retirado a una granja en el confín de Exmoor; una indisposición lo obligó a tomar un hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de Purchas, que refiere la edificación de un palacio por Kublai Khan, el emperador cuya fama occidental labró Marco Polo. En el sueño de Coleridge, el texto casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse; el hombre que dormía intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las manifestaban; al cabo de unas horas se despertó, con la certidumbre de haber compuesto, o recibido, un poema de uno trescientos versos. Los recordaba con singular claridad y pudo transcribir el fragmento que perdura en sus obras. Una visita inesperada lo interrumpió y le fue imposible, después, recordar el resto. “Descubrí, con no pequeña sorpresa y mortificación –cuenta Coleridge– que si bien retenía de un modo vago la forma general de la visión, todo los demás, salvo unas ocho o diez líneas sueltas, había desaparecido como las imágenes en la superficie de un río, en el que se arroja una piedra, pero, ay de mí, sin la ulterior restauración de estas últimas.” Swinburne sintió que lo rescatado era el más alto ejemplo de la música del inglés y que el hombre capaz de analizarlo podría (la metáfora es de John Keats) destejer un arco iris. Las traducciones o resúmenen de poemas cuya virtud fundamental es la música son vanas y pueden ser perjudiciales; bástenos retener, por ahora, que a Coleridge le fue dada en un sueño una página de no discutido esplendor.

El caso, aunque extraordinario, no es único. En el estudio psicológico The world of dream, Havelock Ellis lo ha equiparado con el del violinista y compositor Giuseppe Tartini, que soñó que el Diablo (su esclavo) ejecutaba en el violín una prodigiosa sonata; el soñador, al despertar, dedujo de su imperfecto recuerdo el Trillo del Diavolo. Otro clásico ejemplo de cerebración inconsciente es el de Robert Louis Stevenson, a quien un sueño (según él mismo ha referido en su Chapter on dreams) le dio el argumento de Olalla y otro, en 1884, el de Jekyll y Hyde. Tartini quiso imitar en la vigilia la música de un sueño; Stevenson recibió del sueño argumentos, es decir, formas generales; más afín a la inspiración verbal de Coleridge es la que Beda el Venerable atribuye a Caedmon (Historia eclesiastica gentis Anglorum, IV, 24). El caso ocurrió a fines de siglo VII, en la Inglaterra misionera y guerrera de los reinos sajones. Caedmon era un rudo pastor y ya no era joven; una noche, se escurrió de una fiesta porque previó que le pasarían el arpa, y se sabía incapaz de cantar. Se echó a dormir en el establo, entre los caballos, y en el sueño alguien lo llamó por su nombre y le ordenó que cantara. Caedmon contestó que no sabía, pero el otro le dijo: “Canta el principio de las cosas creadas.” Caedmon, entonces, dijo versos que jamás había oído. No los olvidó, al despertar, y pudo repetirlos ante los monjes del cercano monasterio de Hild. No aprendió a leer, pero los monjes le explicaban pasajes de la historia sagrada y él “los rumiaba como un limpio animal y los convertía en versos dulcísimos, y de esa manera cantó la creación del mundo y del hombre y toda la historia del Génesis y el éxodo de los hijos de Israel y su entrada en la tierra de promisión, y muchas otras cosas de la Escritura, y la encarnación, pasión, resurrección y ascensión del Señor, y la venida del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles, y también el terror del Juicio Final, el horror de las penas infernales, las dulzuras del cielo y las mercedes y los juicios de Dios.” Fue el primer poeta sagrado de la nación inglesa; “nadie se igualó a él –dice Beda–, porque no aprendió de los hombres sino de Dios.” Años después, profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Esperemos que volvió a encontrarse con su ángel.

A primera vista, el sueño de Coleridge corre el albur de parecer menos asombroso que el de su precursor. Kubla Khan es una composición admirable y las nueve líneas del himno soñado por Caedmon casi no presentan otra virtud que su origen onírico, pero Coleridge ya era un poeta y a Caedmon le fue revelada una vocación. Hay, sin embargo, un hecho ulterior, que magnifica hasta lo insondable la maravilla del sueño en que se engendró Kubla Khan. Si este hecho es verdadero, la historia del sueño de Coleridge es anterior en muchos siglos a Coleridge y no ha tocado aún a su fin.

El poeta soñó en 1797(otros entienden que en 1798) y publicó su relación del sueño en 1816, a manera de glosa o justificación del poema inconcluso. Veinte años después, apareció en París, fragmentariamente, la primera versión occidental de una de esas historias universales en que la literatura persa es tan rica, el Compendio de historias de Rashid el-Din, que data del siglo XIV. En una página se lee: “Al este de Shang-tu, Kublai Khan erigió un palacio, según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria.” Quien esto escribió era visir de Ghazan Mahmud, que descendía de Kublai.

Un emperador mogol, en el siglo XIII, sueña un palacio y lo edifica conforme a la visión; en el siglo XVIII, nu poeta inglés que no pudo saber que esa fábrica se derivó de un sueño, sueña un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta simetría, que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos, nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones de los libros piadosos.

¿Que explicación preferiremos? Quienes de antemano rechazan lo sobrenatural (yo trato, siempre, de pertenecer a ese gremio) juzgarán que la historia de los dos sueños es una coincidencia, un dibujo trazado por el azar, como las formas de leones o de caballos que a veces configuran las nubes. Otro argüirán que el poeta supo de algún modo que el emperador había soñado el palacio y dijo haber soñado el poema para crear una espléndida ficción que asimismo paliara o justificara lo truncado y rapsódico de los versosA principios del siglo XIX o a fines del XVIII, juzado por lectores de gusto clásico, Kubla Khan era harto más desaforado que ahora. En 1884 el primer biógrafo de Coleridge, Traill, pudo aún escribir: “El extravagante poema onírico Kubla Khan es aún más que una curiosidad psicológica.”.. Esta conjectura es verosímil, pero nos obliga a postular, arbitrariamente, un texto no identificato por los sinólogos en el que Coleridge pudo leer, antes de 1816, el sueño de KublaiVéase John Livingstone Lowes, The road to Xanadu, 1927, págs. 358, 585.. Mas encantadoras con las hipótesis que transcienden lo racional. Por ejemplo, cabe suponer que el alma del emperador, destruido el palacio, penetró en el alma de Coleridge, para que éste lo reconstruyera en palabras, más duraderas que los mármoles y los metales.

El primer sueño agregó a la realidad un palacio; el segundo, que se produjo cinco siglos después, un poema (o un principio de poema) sugerido por el palacio; la similitud de sueños deja entreveder un plan; el período enorme revela un ejecutor sobrehumano. Indagar el propósito de ese inmortal o de ese longevo sería, tal vez, no menos atrevido que inútil, pero es lícito sospechar que no lo ha logrado. En 1961, el P. Gerbillon, de la Compañía de Jesus, comprobó que del palacio de Kublai Khan sólo quedaban ruinas; del poema nos consta que apenas se rescataron cincuenta versos. Tales hechos permiten conjeturar que la serie de sueños y de trabajos no ha tocado a su fin. Al primer soñador fue deparada en la noche la visíon del palacio y lo construyó; al segundo, que no supo del sueño del anterior, el poema sobre el palacio. Si no marra el esquema, algún lector de Kubla Khan soñará, en una noche de la que nos separan los siglos, una mármol o una música. Ese hombre no sabrá que otro dos soñaron, quizá la serie de los sueños no tenga fin, quizá la clave esté en el último.

Ya escrito lo anterior, entreveo o creo entrever otra explicación. Acaso un arquetipo no revelado aún a los hombres, un objeto eterno (par usar la nomenclatura de Whitehead), esté ingresado paulatinamente en el mundo; su primera manifestación fue el palacio; la segunda el poema. Quien los hubiera comparado habría visto que eran esencialmente iguales.

Published March 30, 2020
Excerpted from J.L. Borges, Otras Inquisiciones, SUR, Buenos Aires 1952

Coleridge's Dream

Written in Spanish by Jorge Luis Borges


Translated into English by Eliot Weinberger

The lyric fragment “Kubla Khan” (fifty-odd rhymed and irregular lines of exquisite prosody) was dreamed by the English poet Samuel Taylor Co­leridge on a summer day in 1797. Coleridge writes that he had retired to a farm near Exmoor; an indisposition obliged him to take a sedative; sleep overcame him a few moments after reading a passage in Purchas that de­ scribes the construction of a palace by Kublai Khan, the emperor whose fame in the West was the work of Marco Polo. In Coleridge’s dream, the text he had coincidentally read sprouted and grew; the sleeping man intuited a series of visual images and, simply, the words that expressed them. After a few hours he awoke, certain that he had composed, or received, a poem of some three hundred lines. He remembered them with particular clarity and was able to transcribe the fragment that is now part of his work. An unex­pected visitor interrupted him, and it was later impossible for him to recall the rest. “To his no small surprise and mortification,” Coleridge wrote, “that though he still retained some vague and dim recollection of the general purport of the vision, yet, with the exception of some eight or ten scattered lines and images, all the rest had passed away like the images on the surface of a stream into which a stone has been cast, but, alas! without the after restoration of the latter!” Swinburne felt that what he had been able to re­ cover was the supreme example of music in the English language, and that the person capable of analyzing it would be able–the metaphor is Keats’­–to unravel a rainbow. Translations or summaries of poems whose principal virtue is music are useless and may be harm l; it is best simply to bear in mind, for now, that Coleridge was given a page of undisputed splendor in a dream.

The case, although extraordinary, is not unique. In his psychological study, The World of Dreams, Havelock Ellis has compared it with that of the violinist and composer Giuseppe Tartini, who dreamed that the Devil (his slave) was playing a marvellous sonata on the violin; when he awoke, the dreamer deduced, from his imperfect memory, the “Trillo del Diavolo.” Another classic example of unconscious cerebration is that of Robert Louis Stevenson, to whom–as he himself described it in his “Chapter on Dreams”–one dream gave the plot of Olalla and another, in 1884, the plot of Jekyll and Hyde. Tartini, waking, wanted to imitate the music he had heard in a dream; Stevenson received outlines of stories–forms in general–in his. Closer to Coleridge’s verbal inspiration is the one attributed by the Venera­ble Bede to Caedmon (Historia ecclesiastica gentis Anglorum IV, 24). The case occurred at the end of the seventh century in the missionary and war­ ring England of the Saxon kingdoms. Caedmon was an uneducated shep­herd and was no longer young; one night he slipped away from some festivity because he knew that the harp would be passed to him and he didn’t know how to sing. He fell asleep in a stable, among the horses, and in a dream someone called him by his name and ordered him to sing. Caedmon replied that he did not know how, but the voice said, “Sing about the origin of created things.” Then Caedmon recited verses he had never heard. He did not forget them when he awoke, and was able to repeat them to the monks at the nearby monastery of Hild. Although he couldn’t read, the monks ex­ plained passages of sacred history to him and he,

as it were, chewing the cud, converted the same into most harmonious verse; and sweetly repeating the same made his masters in their turn his hearers. He sang the creation of the world, the origin of man, and all the history of Genesis: and made many verses on the departure of the children of Israel out of Egypt, and their entering into the land of promise, with many other histories from holy writ; the incarnation, passion, resurrection of our Lord, and his ascension into heaven; the coming of the Holy Ghost, and the preaching of the apostles; also the terror of future judgment, the horror of the pains of hell, and the de­ lights of heaven; besides many more about the Divine benefits and judgments…

He was the first sacred poet of the English nation. “None could ever com­pare with him,” Bede wrote, “for he did not learn the art of poetry from men, but from God.” Years later, he foretold the hour of his death and awaited it in sleep. Let us hope that he met his angel again.

At first glance, Coleridge’s dream may seem less astonishing than that of his precursor. “Kubla Khan” is a remarkable composition, and the nine-line hymn dreamed by Caedmon barely displays any virtues beyond its oneiric origin; but Coleridge was already a poet while Caedmon’s vocation was revealed to him. There is, however, a later event, which turns the marvel of the dream that engendered “Kubla Khan” into something nearly unfath­omable. If it is true, the story of Coleridge’s dream began many centuries before Coleridge and has not yet ended.

The poet’s dream occurred in 1797 (some say 1798), and he published his account of the dream in 1816 as a gloss or justification of the unfinished poem. Twenty years later, in Paris, the first Western version of one of those universal histories that are so abundant in Persian literature appeared in fragmentary form: the Compendium of Histories by Rashid al-Din, which dates from the fourteenth century. One line reads as follows: “East of Shang-tu, Kublai Khan built a palace according to a plan that he had seen in a dream and retained in his memory.” The one who wrote this was a vizier of Ghazan Mahmud, a descendant of Kublai.

A Mongolian emperor, in the thirteenth century, dreams a palace and builds it according to his vision; in the eighteenth century, an English poet, who could not have known that this construction was derived from a dream, dreams a poem about the palace. Compared with this symmetry of souls of sleeping men who span continents and centuries, the levitations, resurrections, and apparitions in the sacred books seem to me quite little, or nothing at all.

How is it to be explained? Those who automatically reject the super­ natural (I try always to belong to this group) will claim that the story of the two dreams is a coincidence, a line drawn by chance, like the shapes of lions or horses that are sometimes formed by clouds. Others will argue that the poet somehow knew that the Emperor had dreamed the palace, and then claimed he had dreamed the poem in order to create a splendid fiction that would palliate or justify the truncated and rhapsodic quality of the versesAt the end of the 18th or beginning of the 19th century, judged by readers with classical taste, “Kubla Khan” was much more scandalous than it is now. In 1884, Co­leridge’s first biographer, Traill, could still write: “The extravagant dream poem ‘Kubla Khan’ is little more than a psychological curiosity.”. This seems reasonable, but it forces us to arbitrarily postulate a text un­ known to Sinologists in which Coleridge was able to read, before 1816, about Kublai’s dreamSee John Livingston Lowes, The Road to Xanadu (1927) 358, 585.. More appealing are the hypotheses that transcend reason: for example, that after the palace was destroyed, the soul of the Emperor penetrated Coleridge’s soul in order that the poet could rebuild it in words, which are more lasting than metal and marble.

The first dream added a palace to reality; the second, which occurred  five centuries later, a poem (or the beginning of a poem) suggested by the palace; the similarity of the dreams hints of a plan; the enormous length of time involved reveals a superhuman executor. To speculate on the inten­tions of that immortal or long-lived being would be as foolish as it is fruit­ less, but it is legitimate to suspect that he has not yet achieved his goal. In 1691, Father Gerbillon of the Society of Jesus confirmed that ruins were all that was left of Kublai Khan’s palace; of the poem, we know that barely fifty lines were salvaged. Such facts raise the possibility that this series of dreams and works has not yet ended. The first dreamer was given the vision of the palace, and he built it; the second, who did not know of the other’s dream, was given the poem about the palace. If this plan does not fail, someone, on a night centuries removed from us, will dream the same dream, and not suspect that others have dreamed it, and he will give it a form of marble or of music. Perhaps this series of dreams has no end, or perhaps the last one will be the key.

After writing this, I glimpsed or thought I glimpsed another explana­tion. Perhaps an archetype not yet revealed to mankind, an eternal object (to use Whitehead’s term), is gradually entering the world; its first manifes­tation was the palace; its second, the poem. Whoever compares them will see that they are essentially the same.

Published March 30, 2020
Excerpted from J.L. Borges, Selected Non-Fictions, Penguin, 2000.
© 2000 Penguin

Il sogno di Coleridge

Written in Spanish by Jorge Luis Borges


Translated into Italiano by Francesco Tentori Montalto

Il frammento lirico Kubla Khan (oltre cinquanta versi rimati e irregolari, di prosodia squisita) fu sognato dal poeta inglese Samuel Taylor Coleridge, in uno dei giorni dell’estate del 1797. Coleridge scrive che s’era ritirato in una tenuta nel territorio di Exmoor; una indisposizione l’obbligò a prendere un sonnifero; il sonno lo vinse poco dopo la lettura di un passo di Purchas, che narra l’edificazione di un palazzo da parte di Kublai Khan, l’imperatore la cui fama occidentale fu innalzata da Marco Polo. Nel sogno di Coleridge, il testo casualmente letto prese a germinare e a moltiplicarsi; l’uomo che dormiva intuì una serie d’immagini visuali e, semplicemente, di parole che le manifestavano; di lì a qualche ora si svegliò, con la certezza di aver composto, o ricevuto in dono, un poema di forse trecento versi. Li ricordava con singolare nitidezza e poté trascrivere il frammento che rimane nelle sue opere. Una visita inattesa lo interruppe e gli fu impossibile, in seguito, ricordare il resto. “Scopersi, con non piccola sorpresa e mortificazione,” racconta Coleridge, “che sebbene ritenessi in modo vago la forma generale della visione, tutto il rimanente, tranne otto o dieci righe isolate, era sparito come le immagini sulla superficie di un fiume nel quale si getta una pietra, ma, ahimè, senza la successiva ricostituzione di quelle.” Swinburne giudicò che quanto era stato salvato era il più alto esempio della musica dell’inglese e che l’uomo capace di analizzarlo avrebbe potuto (la metafora è di John Keats) sciogliere i fili di un arcobaleno. Le traduzioni o esposizioni di poemi la cui virtù fondamentale è la musica sono vane e possono riuscire dannose; basti ricordare, per ora, che a Coleridge fu concessa, in sogno, una pagina d’indiscusso splendore.

Il caso, benché straordinario, non è unico. Nello studio psicologico The world of dream, Havelock Ellis lo ha paragonato a quello del violinista e compositore Giuseppe Tartini, il quale sognò che il Diavolo (suo schiavo) eseguiva sul violino una prodigiosa sonata; il sonatore, una volta sveglio, trasse dal suo imperfetto ricordo il Trillo del Diavolo. Un altro classico esempio di cerebrazione incosciente è quello di Robert Louis Stevenson, al quale un sogno (come egli stesso ha narrato nel suo Chapter on dreams) dette l’argomento di Olalla e un altro sogno, nel 1884, quello di Jekyll e Hyde. Tartini volle imitare, desto, la musica di un sogno; Stevenson ricevette dal sogno argomenti, cioè forme generali; più affine all’ispirazione verbale di Coleridge è quella che Beda il Venerabile attribuisce a Caedmon (Historia ecclestiastica gentis Anglorum, IV, 24). Il caso avvenne alla fine del secolo VII, nell’Inghilterra missionaria e guerriera dei regni sassoni. Caedmon era un rozzo pastore, non più giovane; una notte, fuggì da una festa perché capì che gli avrebbero offerto l’arpa, e si sapeva incapace di cantare. Si sdraiò a dormire nella stalla, tra i cavalli, e nel sonno qualcuno lo chiamò per nome e gli ordinò di cantare. Caedmon rispose che non sapeva, ma l’altro gli disse: “canta il principio delle cose create.” Caedmon, allora, disse versi che non aveva mai uditi. Non li dimenticò, sveglio che fu, e poté ripeterli avanti ai monaci del vicino monastero di Hild. Non apprese a leggere, ma i monaci gli spiegavano passi della storia sacra ed egli “li ruminava come un animale e li convertiva in versi dolcissimi, e in tal modo cantò la creazione del mondo e dell’uomo e tutta la storia del Genesi e l’esodo dei figli di Israele e il loro ingresso nella terra promessa, e molte altre cose della Scrittura, e l’incarnazione, passione, resurrezione e ascensione del Signore, e la venuta dello Spirito Santo e l’insegnamento degli apostoli, e anche il terrore del Giudizio Finale, e l’orrore delle pene infernali, le dolcezze del cielo e le mercedi e i giudizi di Dio”. Fu il primo poeta sacro della nazione inglese; “nessuno lo uguagliò,” dice Beda, “perché non apprese dagli uomini ma da Dio.” Anni dopo, profetò l’ora in cui sarebbe morto e l’aspettò dormendo. Speriamo che abbia incontrato nuovamente il suo angelo.

A prima vista, il sogno di Coleridge corre il rischio di sembrare meno prodigioso di quello del suo precursore. Kubla Khan è una composizione ammirevole e i nove versi dell’inno sognato da Caedmon non presentano quasi altra virtù che la loro origine onirica, ma Coleridge era già poeta, mentre a Caedmon fu rivelata una vocazione. C’è, tuttavia, un fatto successivo, che magnifica fino all’insondabile la meraviglia del sogno nel quale fu generato Kubla Khan. Se questo fatto è vero, la storia del sogno di Coleridge è anteriore di molti secoli a Coleridge e non ha toccato ancora la sua fine.

Il poeta sognò nel 1797 (altri vogliono nel 1798) e pubblicò il suo racconto del sogno nel 1816, a guisa di glossa o giustificazione del poema incompiuto. Venti anni dopo, apparve a Parigi, frammentariamente, la prima versione occidentale di una di quelle storie universali di cui è tanto ricca la letteratura persiana, il Compendio di Storie di Rashid ud-Din, che data dal secolo XIV. In una pagina vi si legge: “Ad est di Shang-tu, Kublai Khan eresse un palazzo, secondo un piano che aveva visto in un sogno e che serbava nella memoria.” Chi scrisse questo era visir di Ghazan Mahmud, che discendeva da Kublai.

Un imperatore mongol, nel secolo XIII, sogna un palazzo e lo edifica conformemente alla visione; nel secolo XVIII, un poeta inglese che non poteva sapere che la fabbrica era nata da un sogno, sogna un poema sul palazzo. Confrontate con questa simmetria, che opera con anime di uomini dormienti e abbraccia continenti e secoli, niente o ben poco sono, mi pare, le levitazioni, resurrezioni e apparizioni dei libri pietosi.

Quale spiegazione preferiremo? Coloro che in partenza rifiutano il soprannaturale (io mi sforzo, sempre, di appartenere a questo gruppo) giudicheranno che la storia dei due sogni è una coincidenza, un disegno tracciato dal caso come le forme di leoni o di cavalli che a volte configurano le nubi. Altri argomenteranno che il poeta aveva saputo in qualche modo che l’imperatore aveva sognato il palazzo e disse di aver sognato il poema per creare una splendida finzione che servisse a mascherare o giustificare i versi tronchi e rapsodiciAl principio del secolo XIX o alla fine del XVIII, giudicato da lettori di
gusto classico, Kubla Khan appariva ben più bizzarro che non ora. Nel 1884, il primo biografo di Coleridge, Traill, poteva ancora scrivere: “Lo stravagante poema onirico Kubla Khan è poco più di una curiosità psicologica”..
 Tale congettura è verosimile, ma ci costringe a postulare, arbitrariamente, un testo non identificato dai sinologi nel quale Coleridge possa aver letto, prima del 1816, il sogno di KublaiSi veda John Livingston Lowes, “The Road to Xanadu” (1927) 358, 585.. Più affascinanti sono le ipotesi che trascendono il razionale. Per esempio, è dato supporre che l’anima dell’imperatore, distrutto il palazzo, sia penetrata nell’anima di Coleridge, affinché questi lo ricostruisse in parole, più durevoli dei marmi e dei metalli.

Il primo sogno aggiunse alla realtà un palazzo; il secondo, che avvenne cinque secoli dopo, un poema (o inizio di poema) suggerito da un palazzo; la somiglianza dei sogni lascia intravedere un piano; il periodo enorme rivela un esecutore sovrumano. Indagare il proposito di codesto essere immortale o longevo sarebbe, forse, non meno arrischiato che inutile, ma è lecito sospettare che egli non l’abbia portato a termine. Nel 1691, il Gerbillon, della Compagnia di Gesù, accertò che del palazzo di Kublai Khan non restavano che rovine; del poema sappiamo che si salvarono soltanto cinquanta versi. Tali fatti permettono di immaginare che la serie dei sogni e delle costruzioni non abbia toccato il suo fine. Al primo sognatore fu concessa nella notte la visione del palazzo, che poi costruì; al secondo, che non seppe del sogno dell’altro, il poema sul palazzo. Se lo schema non viene meno, un lettore di Kubla Khan sognerà, una notte dalla quale ci separano i secoli, un marmo o una musica. Quell’uomo non saprà che altri due sognarono; forse la serie dei sogni non ha fine, forse la chiave sta nell’ultimo.

Scritto quanto precede, intravedo o credo di intravedere un’altra spiegazione. Forse un archetipo non ancora rivelato agli uomini, un oggetto eterno (per usare la nomenclatura di Whitehead), sta entrando gradatamente nel mondo; la sua prima manifestazione fu il palazzo; la seconda il poema. Chi li avesse paragonati avrebbe visto ch’erano essenzialmente uguali.

Published March 30, 2020
Excerpted from J.L. Borges, Altre inquisizioni, Adelphi, Milano 2000.
© 2000 Adelphi


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